miércoles, 6 de junio de 2012

Tá güeno, sin título...

Y la verdad es que llevo seis meses pensando y repensando... Y vuelto a pensar cómo escribir de nueva cuenta. O sobre qué escribir. No encontraba muchas opciones, a menos que a mis dos lectores adoradíshimos les haya cambiado el gusto y quieran estar al tanto de dietas, depresiones post parto o enterarse de a cómo está el kilo de jitomates en el mercado de La Industrial... En tanto, yo he navegado por una vida más bien tirándole a caótica de la que poco o muy poco puedo repelar. Muero de cansancio y sin embargo, mi casa está hecha un desmadre. Muero de sueño y sin embargo, no puedo dormir antes de la una de la mañana (aunque luego Joanna me despierte a las tres, luego a las cinco y luego tenga que levantarme a las siete porque es hora de llevar a Seles a la escuela). Muero de ganas de pasar un día en algún cinito y aventarme un maratón de películas que incluyen todas las que no le gustan a mi marido. Muero de güeva cada vez que tengo que hacer algo tan necesario como limpiar. O trabajar. O bañarme. Muero de necesidad que mi hija ya pueda dormir solita en su cuna y sin embargo, si no la escucho respirar a mi lado no puedo descansar como Dios manda. Muero por escribir y entro a este mi blog -su blog, queri-dos lectores- y sin embargo, cuando entro nomás no se me ocurre por dónde romper el turrón para iniciar la danza de las letras. 

Aquí, en la realidad, su Albanta ya es más bien una esfera con 35 kilos de más. No, en serio, no estoy exagerando. De hecho creo que decir 35 kilos es un eufemismo: Hace unos días platicaba con una amiga que se quejaba por su talla de pantalón, me decía que ojalá pronto pudiera volver a entrar en él. Yo, sincera, repuse con un toque de vergonzosa lealtad que me daría de santos por poder entrar y salir, pero por la puerta. No hay derecho, cuando más deprimida estaba mejor lucía en las fotografías. Ahora que soy feliz parezco M&M.

Así que decidí, desde hace 10 días, iniciar una dieta y comenzar a buscar un poco de autoestima, esa bastarda que se me ha escapado tantas veces y de tan diversas maneras. Primero fue alejarme de todos los carbohidratos, decirles chau y pensar en ellos con la mala leche de un ex novio golpeador. Al cuarto día yo estaba a punto de morder todos los pasteles de Walmart, pero como cuando me propongo algo lo cumplo, aguanté vara y seguí mi camino. A estas alturas del partido francamente ya no sé si estoy adelgazando, pero como me he portado al puritito tiro quiero seguirle hasta que no exista la necesidad de enjabonar mi entrada para poder pasar por ahí... 

Entre mis propósitos también apareció el ejercicio. Hace siete años hacía una hora de pilates y 500 abdominales, así que supuse que no sería tan difícil pensar, no sé, en hacer una tercera parte para el primer día. Ilusa. A los diez minutos sentí que me estaban torturando y no es que no consiguiera hacer 100 abdominales... Vamos, no aguanté ni tres. Quince minutos de mi vida después, tenía la angustiosa sensación de que mis tripas se saldrían por la cicatriz de mi cesárea. Como sea, tendré que montarme otra vez a ese condenado toro. 

Y como también dejé a un lado mi vicio por los libros quise reencontrarme con ellos. Descubrí que ahí, en la oscuridad de mi librero, todavía había uno que me observaba tímido, cauteloso. Héroes convocados, de Taibo. Tendría unos siete años con él... (¿Siete? No mames, cómo se va el tiempo. Ahora ya no está el dueño de la herida y ya ni herida hay, pero como en toda situación, siempre quedan vestigios). Pues nada, que durante una semana no pasé de la página 10. En serio, no pasé de ahí: Ya escuchaba el gritito agudo de mi bebé -algo así como chillido de french poodle pero mal plan- que reclamaba mi personita, o Seles necesitaba que le diera de cenar, o por una y otra y otra y otra razón no podía seguirle. 

Pero después de todo, no me han dado ganas de irme a vivir a China para estar un poco más tranquila. Amo mi vida. Deveritas. Me gusta el barullo de mis hijas, el ladrido ingrato de mi perro en el peor momento. Los pleitos de marido y mujer. Las angustiosas noches en las que por más cuentas que sacamos, siempre hay más números del lado de las deudas. Las madrugadas en las que el silencio se rompe porque quieren ya su leche, porque se le cayó el chupón, porque ya se hizo pipí o porque simplemente se le dio la gana despertarse, tiene ganas de cotorrear y punto, aguántese como las machas y levántese que para eso quería usted hija. 

Sip. Esto ha sido mi vida. Muchito o pocote pero en verdad, es una buena vida. Una vida Duvalín, que de momento, no la cambio por nada. 

Seguiré informando. Quién quita y la próxima vez que escriba ya pueda entrar en mis pantalones talla ES (Estoy Sabrosa). Mientras tanto, queridos y maravillosos lectores, no me abandonen. Vivan sus vidas, pero por piedad, no me dejen solitita, que aquí hay todavía harto pa' dar.

martes, 7 de febrero de 2012

Amaya


Ella era Amaya Marichal. Una mujer más o menos de mi edad, con un peque, un esposo que amaba y bondadosa hasta el cielo. Hace algún tiempo pude ponerme en contacto con ella para preguntarle por un diseño que quería regalarle a Sergio, cuando recién inauguramos el negocio de hamburguesas. Me respondió súper cálida, linda, de esas personas que les presientes la buena vibra a kilómetros de distancia.

El negocio no prosperó y no volví a comunicarme con ella.

Luego supe que tenía cáncer y que se estaban haciendo un montón de obras para echarle una manita, era lo justísimo, pues ayudó a muchísimas causas y es la co-fundadora de Cuidando sus Huellas, un grupo que se dedica a darle abrigo del cuerpo y alma a muchísimos perritos y gatos en situación de calle.

Hoy, Amaya partió. El cáncer volvió. Pero quiero pensar que no le ganó, que no venció, que no fu él quien se la llevó. Quiero creer que decidió despojarse de su vestido terrenal y cuidar lo que amaba ya libre de ataduras. No lo sé. Lo único que puedo decir es que desde que me enteré una sensación de abandono me trae en la más absoluta desazón. Y que lamento muchísimo su partida, que les envío mucha luz y consuelo a su familia y amigos, pero sobre todo, que ha sido un ejemplo del que he aprendido muchísimo.

Aquí sigues, Amaya. Y para todo el que quiera conocerla, sólo tiene que entrar al mundo, su mundo, El mundo según Amaya.

jueves, 26 de enero de 2012

Johanna


Y de pronto, un 18 de noviembre y bajo el signo de escorpión, nació mi hija. Y entre tanto pañal, fórmula, biberones y ese olor a cielo que despiden los bebés, me hallo en completa felicidad. Sin palabras, que las musas han decidido respetar los primeros meses de vida de mi nuevo y más agotador trabajo. Pero en definitiva, uno de los más maravillosos: ser mamá de una adolescente que pronto entrará a secundaria y de una bebé que pronto -espero- dormirá toda la noche: Selene y Johanna. Saludos, lectores unidos que jamás serán vencidos. Aunque sean dos. Los quiero.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Mi pequeño tesoro...

...Mi pequeño trocito de gloria,
es el alba que alumbra una nueva historia...

Y es que ya me había tardado. La casa es un asco, tengo harto trabajo por corregir y estoy a punto de quedarme dormida frente a la computadora porque ya son las dos treinta de la madrugadísima, pero tengo un pequeño pie atravesado entre las costillas... Oh sí, estima-dos lectores queri-dos (yo espero que sigan siendo dos, capaz que ya se me cuatrapeó uno y el otro se fugó aburrido porque no hubo nada en casi un año). Esta Albanta está a punto de enfrentarse a la más sorprendente, maravillosa, escalofriante y terrorífica nueva aventura: Ser mamá por segunda ocasión.

¿Cómo estoy? Bueno, es difícil describirlo... Hermosa, por supuesto. Con una mirada diferente, la piel tersa como duraznito y desde luego, con cuerpo de Kung Fu Panda. Gorda, enorme, hormonalmente inestable, sin poder dormir más de cuatro horas seguidas, guardando reposo y ya en la recta final para conocer al ajolotito que durante los últimos ocho meses se ha dado a la tarea de brincar en mi vientre, especialmente los últimos días. En realidad las últimas noches, pues más bien es nocturno y su danza la comienza entre la una y dos hasta las nueve de la mañana, hora en la que sabe que será imposible dormir pues ya hay que atender las necesidades de Selene, mi niña-casi-adolescente, que crece y crece sin poderla detener.

Intenté leerle pero terminaban dándome náuseas. Después le puse música, que iba desde un poquito de Sabina hasta Blades, pero nada: a mi vástago lo vuelve loco la Thalía y el Michael Jackson, que tiene oportunidad de escuchar en diversos transportes públicos y se mueve feliz y pleno, sin entender por qué me asusta creer que daré a luz un pequeño charanguero. Qué le vamos a hacer.

Así pues, esta es la Albanta que ha nacido, crecido y ahora por segunda ocasión, reproducido. Sergio y yo esperamos la llegada del bebé con emoción, miedo y lo que más se necesita para traer un hombre de bien al mundo: harto amor. Para que sepa que sí, le heredamos un planeta medio traqueteado, manoseado y dificilón, pero nada que no se pueda resolver con empeño. Porque lo que es yo, y para sorpresa de algunos, todavía me aferro a la creencia de que aún hay solución. Para casi todo.

Si alguno de mis lectores me lee, agradeceré con el corazón en la mano y hasta más allá de la distancia que me envíen harta buena vibra, pues las bendiciones telepáticas nunca están de más y sé que me harán mucho, mucho bien. Si algún nuevo lector le cae sin previo aviso, siéntase en confianza porque aunque la anfitriona haya tenido que cerrar momentáneamente el changarro, sigue siendo la casa de todos.

Aquí seguimos. Por lo menos yo, que estoy ya con el complejo del nido e intento prepararlo para que cuando arribe mi terruño encuentre abrigo y cobijo. Su padre, hermana, abuelitos y madre lo esperamos con una frazada de esperanzas y un puñado de te quieros. Por si alguna vez le hicieran falta.


Alineación al centro

domingo, 12 de junio de 2011

Sí, lo esencial es invisible para los ojos...

"Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya."

(Seguiré informando. Seguimos vivos. Hartas noticias. Próximamente. Me voy, pero volveré. Yo sí cumplo, no como Quetzalcóatl, E. T., Terminator o muchos otros que nomás no retornan. Besos a mis dos lectores amados.)

viernes, 26 de noviembre de 2010

De-svelos.


Son las 4:09 minutos del último día de mis 32 años. Estoy fumándome la última bachita que me queda y, hasta el momento, he subido 19 anuncios a la internet solicitando me hagan la caridad de obtener trabajo como correctora de estilo. O traductora. O transcriptora. O francamente y a estas alturas de la vida, puedo capturar alfanuméricamente lo que sea y ya me doy por bien servida. Mi perro reposa plácidamente junto a mí, en el sillón. De vez en cuando despierta y me mira con un destello de reproche por no estar en cama, junto a su papá. Qué le vamos a hacer, llevo dos días con un insomnio de mierda y la mente perdida entre el desempleo y la crisis que nos está invadiendo a todos. Será que extrañamos a Viridiana, mi gatita, que se marchó al cielo de los mininos hace más de tres semanas, que no deja de dolerme y que enmedio de la noche despierto aún jurando que me está ronroneando tras la puerta, sólo para saludarme y decirme que en realidad, ella tampoco me puede olvidar. No me malinterpreten, me gusta mi vida. Amo al hombre que me habita y aunque a veces lo siento tan distante como distinto, la verdad es que se ha convertido en mi mejor amigo, mi novio, mi marido y muchas veces también, en mi único confidente. Él no me lee, tal vez porque no habría razón para ello. Tal vez porque le gustan otras cosas, o porque francamente le da flojera. Sin reproches, que empachan. Ahora, yo quería comenzar este texto diciendo que no me gusta la poesía. Escribirla, quiero subrayar. Leerla es un acto de fe y me limpia de vez en cuando. Pero hacerla... No, no estoy capacitada. Hay muchas cosas que están fuera de mis posibilidades, como ser ordenada, o cocinar rico. En cambio, tengo buena memoria, bonita letra y a veces hasta tierna puedo resultar. Creo que es normal perderse alguna vez. Tener que alzar la voz para pedir ayuda, para solicitar que alguien, algo, nos indique y nos sonría para intuir que sí, que ahí estamos, que las pruebas son para salir avantes y que nos vamos haciendo camino al andar. ¿Entonces por qué son las 4:30 y yo sigo sin poder conciliar el sueño? Una lluvia de estrellas. Una noche con luciérnagas y dormir abrazadita. Es lo único que pido para hoy. Mañana... Vale, pues mañana será otro día. El primer día de mis 33 años.

martes, 23 de noviembre de 2010

Alargaba la mano y te tocaba...



Alargaba la mano y te tocaba.
Te tocaba: rozaba tu frontera,
el suave sitio donde tú terminas,
sólo míos el aire y mi ternura.
Tú moras en lugares indecibles,
indescifrable mar, lejana luz
que no puede apresarse.
Te me escapabas, de cristal y aroma,
por el aire, que entraba y que salía,
dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,
en el dintel de siempre, prisionero
de la celda exterior.

La libertad
hubiera sido herir tu pensamiento,
trasponer el umbral de tu mirada,
ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte,
como una flor, la infancia , y aspirar
su esencia y devorarla. Hacer
comunes humo y piedra. Revocar
el mandato de ser. Entrar. Entrarnos
uno en el otro. Trasponer los últimos
límites. Reunirnos.....

Alargaba la mano y te tocaba.
Tú mirabas la luz y la gavilla.
Eras luz y gavilla, plenitud
en ti misma, rotunda como el mundo.
Caricias no valían, ni cuchillos,
ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,
sonriente, apartada, eterna tú.
Y yo, eterno, apartado, sonriente,
remitiéndote pactos inservibles,
alianzas de cera.

Todo estuvo de nuestra parte, pero
cuál era nuestra parte, el punto
de coincidencia, el tacto
que pudo ser llamado sólo nuestro.

Una voz, en la calle, llama y otra
le responde. Dos manos se entrelazan.
Uno en otro, los labios se acomodan;
los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,
se abate, emperador de los encuentros.
¿Esto era amor? La soledad no sabe
qué responder: persiste, tiembla, anhela
destruirse. Impaciente
se derrama en las manos ofrecidas.
Una voz en la calle....Cuánto olor,
cuánto escenario para nada. Miro
tus ojos. Yo miro los ojos tuyos;
tú, los míos: ¿esto se llama amor?

Permanecemos. Sí, permanecemos
no indiferentes, pero diferentes. Somos
tú y yo: los dos, desde la orilla
de la corriente, solos, desvalidos,
la piel alzada como un muro, solos
tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.
Idénticos en todo,
sólo en amor distintos.
La tristeza, sedosa, nos envuelve
como una niebla: ése es el lazo único;
ésa la patria en que nos encontramos.
Por fin te identifico con mis huesos
en el candor de la desesperanza.
Aquí estamos nosotros: desvaídos
los dos, borrados, más difíciles,
a punto de no ser....¿Amor es esto?
¿Acaso amor es esta no existencia
de tanto ser? ¿Es este desvivirse
por vivir? Ya desangrado
de mí, ya inmóvil en ti, ya
alterado, el recuerdo se reanuda.
Se reanuda la inútil existencia....
Y alargaba la mano y te tocaba.

Antonio Gala.

martes, 27 de julio de 2010

Poema ortográfico



Ya te quiero hasta sin comillas
sin puntos suspensivos,
sin acento, sin mayúsculas.
Te quiero y no sé si quiero
ocultarte entre paréntesis
poner punto y seguido a cada encuentro
dejarte entre guiones
subrayar cada verso que me inspiras.
Ya te quiero hasta sin palabras
sin comas, sin interrogantes
sin conjunción ni sílabas
te quiero, por supuesto, sin punto y aparte.
No deseaba mostrarte mi texto amoroso
prefería escribir un poema en tu cuerpo
con mis dedos sordos
pero tú te fuiste hacia mi diptongo
y me dejaste temblando apoyada en el folio.
Ya te quiero
quizás ya te quise
antes de que supiera que iba a quererte
pero me atraparon los signos
la geografía de tu nombre
el código del lenguaje.
Ahora ando a la deriva por la hoja en blanco
pero echo el ancla en una esquina
y en minúsculas
y con un lápiz gastado
dispongo fecha y despedida
y firmo, firmo que te quiero
ante notario.

Gloria Bosch

viernes, 16 de julio de 2010

Viaje a Ítaca...



Verán, la verdad es que todavía no sé si se acentúa o no, pero supongo que puedo poner las dos opciones ¿cierto? Así es que, mis dos lectores benditos, les pongo este poema que hacía muchísimo le traía ganas. Puede tener infinidad de significados: Es lo que busca la poesía.




Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

C. P. Cavafis. Antología poética.
Alianza Editorial, Madrid 1999.




Inventario...


"La lluvia es una cosa

que sin duda sucede en el pasado"

Álvaro Mutis


La casa está limpia. Tampoco digamos que impecable, pero presentable ya es un decir. Tengo un perro que amo con pasión tlaxcalteca y una gata que, si bien se aparece cada que tiene hambre y cuando le parece una obligación avisar que aún existe. Tengo peces de mi marido, que aunque suyos, también los considero parte de mi cotidianidad y de vez en cuando me entretengo dándoles de comer y muy especialmente, cuando voy a comprarlos junto con Sergio al mercado de Morelos: entre plecus, peces gato, discos, japoneses, flowers, óscares y de premio un taco (bueno, dos tacos) de mixiotes de carnero con harta salsa, limones y nopalitos. Tengo una hija que de vez en cuando se queda a mi lado y empieza su inmaculada pre adolescencia… Sin comentarios. Tengo unos padres que adoro y una computadora que duró dos meses en silencio por falta de internet. Una televisión sin cable y acabo de ver la película Sex & the City 2. Un celular casi pagado en su totalidad, aunque no hay crédito, y un adeudo de CFE por $2,195.00 La gran ventaja, señoras y señores, es que tengo luz.

Y como diría el poeta: Afuera hace tiempo. Y frío.

Hay cosas que no tengo. Algunas son importantes, como el trabajo, las ganas de escribir, libros nuevos y de vez en cuando sé que me haría muy bien un poco de autoestima. No tengo ropa, porque mis treinta y tantos años, mis hormonas y mi boca se han dado a la tarea de hacerme engordar como anoréxica en recuperación (demasiada recuperación diría yo) y nada, que apenas me queda un pantalón, tres blusas, dos vestidos… Bueno, en realidad sólo uno porque el otro se rompió inevitablemente. Ah, lo olvidaba: no tengo gas, lo cual no es un problema porque puedo subirme a bañar y aunque es incómodo, por lo menos el agua calientita reconforta. Ya lo dijo aquél sabio: La dicha es mucha en la ducha.

De momento, tengo cigarros, tal vez por eso puedo suspirar sin sentirme nerviosa. Son las 3:26 A.M. el hombre con el que duermo noche a noche y verso a verso está viendo una serie, pero no pienso ir a dormir sin él. Porque eso sí, no me importa carecer de nada si al término del día tengo una cama y un hombre que me abraza al principio, se da la vuelta cuando concilia el sueño y vuelve a buscar mi cuerpo cuando está a punto de despertar. Incluso, ni siquiera me importaría prescindir de la cama.

viernes, 9 de julio de 2010

Antes de regresar, una despedida...

Mi silencio fue impuesto y no opcional, así que regreso pero quiero primero hacer honor a quien honor merece y despedirme como es debido y sobre todo, sentido. Chao, Saramago.

De cómo los personajes se
convirtieron en maestros y el autor en su aprendiz [Discurso de aceptación del Premio Nobel 1998 ]


José Saramago

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de nuestra aldea de Azinhaga, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a la cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, introducía en el relato: "¿Y después?" Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa. Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.
Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día. Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?" Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido. Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser. Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía. De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada "Manual de pintura y caligrafía", que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces. Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio. Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime. Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa.

Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mal-Tiempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de Alzado del suelo y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos. No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.
¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las "Rimas" y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de Os Lusíadas, que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Súper-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos. Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de Sôbolos rios. Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada Que farei con este livro? (¿Qué haré con este libro?), en cuyo final resuena otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: "¿Qué harás con este libro?". Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá nos estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos.

Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.
Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. Él se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra. Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Son tres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío. Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del Memorial del convento, un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: "Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita.

Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". Que así sea.
De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre. Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde El año de la muerte de Ricardo Reis comenzó a ser escrito. Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista -Atena era el título- en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis. No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis ("Para ser grande sê inteiro/Põe quanto és no mínimo que fazes"), pero no podía resignarse, a pesar de tan joven e ignorante, a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: "Sábio é o que se contenta com o espectáculo do mundo". Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las "Odas" algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: "He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría". El año de la muerte de Ricardo Reis terminaba con unas palabras melancólicas: "Aquí donde el mar acabó y la tierra espera". Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro. Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí -La balsa de piedra- separó del continente europeo a toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, "masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales", camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes.

Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur a fin de, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de La balsa de piedra -dos mujeres, tres hombres y un perro- viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta.
Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en La balsa de piedra hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría História do Cerco de Lisboa, en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un "sí" un "no", subvirtiendo la autoridad de las "verdades históricas". Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar, que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa. De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: "Le recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida. Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura. La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender. Y la pintura, y la música.

La música va resistiéndose desde que nació, unas veces va y otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes perro caza con el gato, o dicho de otra manera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era. Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación, profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas. Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia. Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí. Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor". Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora.
Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir El Evangelio según Jesucristo. Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del Nuevo Testamento a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones.

Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia. Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo. El Evangelio del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdónenlo, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en esa última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró. Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que te devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".
Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló In Nomine Dei. Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar. Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en Él creían. La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo... Ciegos.

El aprendiz pensó "Estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.
Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo.

jueves, 21 de enero de 2010

Gracias, Bardo!!!




Un gran amigo, de esos que deveritas-deveritas lo son, que conozco desde hace 21 añotes y además se da el lujo de ser mi doctor -gratuito- de cabecera, puso los tacos en la mesa el día de ayer para celebrar -es un decir- su regreso a México, después de la experiencia haitiana. No, no se quejo de que había para comer una lata de atún y una botella de agua al día, tampoco de los desastres que vivió y ni siquiera se jacta de haberle entrado duro y tupido a la ayuda que México llevo.

Pero yo, lectores adora-dos y adorables, quiero decir que me siento orgullosa de un hombre que además de dedicarse a llevar y traer órganos (no musicales, ok?) en el país, de no cobrarle a la gente y sin embargo no vivir en la mas absoluta de las miserias, ni económicas ni espirituales, que sin necesidad de que su nombre se conozca, ha hecho que para esta que hoy escribe, francamente, sea todo un héroe. Porque no cuenta su experiencia, ni la de las personas que sufren, sino la de esos héroes anónimos, las ganas de los rescatistas por ayudar, la felicidad de ver a alguien con vida y sacarlo exitosamente, las frustraciones de saber que no todos podrán salir así. En fin, Bardo, bien por ti. Te quiero. Y hoy como cada día, te admiro. Harto hartote.

INSISTO: LAMENTO SI HAY FALTAS DE HORROGRAFIA. NO TENGO ACENTOS Y ES UN DESMADRE AGREGARLOS!!!

miércoles, 20 de enero de 2010

Oh... Borges!!!


Andaba de chismosa -raro- en un grupo de literatura en Facebook y uno de los integrantes tuvo la idea de agregar algo sobre este maravilloso escritor y ¡Oh sorpresa! que encuentro unos datos geniales. Igual no tienen que ver con su literatura, pero juro que me hizo la tarde.

Por cierto, no tengo acentos en la computadora. Una disculpa por ser tan parca en mi escrito pero odio redactar sin ellos. Sigo aunque no lo parezca, y estoy con mis dos lectores de sololoy queridos.

Venga, pues:

"Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje . Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. Clima tenso. El estudiante insiste: "Tiene que ser ahora y usted se va". Borges no se resigna y grita: —No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio. El estudiante amenaza con cortar la luz. —He tomado la precaución —retruca Borges—, de ser ciego esperando este momento.

El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente. Ocurre en París, en un estudio de televisión. "¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?", lo interrogan. –Es que éste ha sido un siglo muy mediocre.

En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocador: "¿En su país todavía hay caníbales?" —Ya no —contestó Borges—, nos los comimos a todos.

Roma, 1981. Conferencia de prensa en un hotel de la Via Veneto. Además de periodistas, están presentes Bernardo Bertolucci y Franco María Ricci. Borges, inspirado, destila ingenio. Llega la última pregunta. "¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura?" —A la sabiduría sueca.

Borges firmaba ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con Ficciones y le dice: "Maestro, usted es inmortal".—Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista"

martes, 17 de noviembre de 2009

La diversión SÍ puede cambiar al mundo!!!

Vagando por internet me encontré este video que, francamente, me enterneció harto, cumplido y bastante. Ahí está:


Juguetes radioactivo

"Ofensivos, inhumanos..." ¿Quién no recuerda esa tonada de aquellos juguetes que engalanaron, por lo menos mi adolescencia? Ash, pues ya tenía mucho que no posteaba aquí y decidí dejar un recuerdito de finales del siglo pasado. Aquí tá:




Y para todas las niñas y los niños:



¿Algo un poco más peligroso?



Y ahora... La verdadera personalidad de Toy Story:



Ok, otro más :D



Y para que compren este día de reyes puro producto nacional:



Bueno, después de estas breves remembranzas, debo irme, ojalá les haya gustado!!!

lunes, 26 de octubre de 2009

Azul, pintada de Azul!!!


La verdad es que ya se me cocían las habas por escribirles. Oh, dos lectores adoradísimos, mi vida ha dado un giro hermoso y placentero desde que descubrí que no sólo de internet vive el hombre, sino también de una vida fuera de la pantalla. Más a fuerza que de ganas, claro...


Pero por aquí, por el norte de mi corazón y de la ciudad, a la diestra de la luna y a la izquierda sólo por principio, voy a detallar lo que me pasó en cinco meses. Tranquilos, mejor lo resumo y no lo detallo ¿cierto?


Ok, pues como dije, mi computadora sufrió una sera avería. Después vino el que me dieron las gracias (y no saben de qué chingada manera) en el trabajo donde estaba. ¿Motivo? Nada, simplemente falté dos días a causa de una colitis tamaño no-manches y llegar al hospital en calidad de moribunda. Luego de eso, me despidieron no sin antes agradecerme diez años de trabajo casi esclavizante... Chale.


El dueño de mis quincenas ahora inexistentes también dejó de trabajar, así que hicimos de todo (bueno, CASI de todo) para salir al día de los gastos. A veces era toda una travesía sacar para la comida: desde vender tamales (por cierto, me quedan riquísimos y además, es verdad: los pinches tamales no se hacen si uno se enoja) hasta salir de extras en una película de Martha Higareda (¿pueden creerlo?). Un día sólo comimos sopa Maruchan (por favor, sólo cómanla en caso de extrema urgencia) y cosas así. ¿Resultado? Una relación fantástica donde aprendí que de los peores momentos pueden amanecer perfectos instantes. Así que Sergio y esta que hoy escribe, y que no es su humilde servidora porque ni soy humilde ni les sirvo para nada, estamos juntos, sólo por hoy y con miras de estarlo mañana. Ahora la situación económica está mejor, aunque a decir verdad, muero por empezar a trabajar otra vez en mi casita y hacer mi programaxxxxxxxxo de radio. Veremos, porque el messenger como que todavía no quiere funcionar...


En fin, ya saldrán más cosas por contar. Son las nueve con cincuenta y cinco de la noche, en cinco minutos empiezan las luchas (oh sí, me gustan las luchas de la WWE) y tengo que darle de cenar a Selene, esperar al amore mío o-sólo-mío-mío-mío-chiquiti-bum-bombita y descansar, ya mañana será otro día.


Gracias a todos. A los que me escribieron al correo electrónico, a los que me dejaron algún recado aquí, a los que me llamaron, a los que tomaron mis llamadas y a las mentadas de madre telepáticas. La verdad, la vida no es vida si uno no es querida y requerida.


Buenas noches. Un beso, y que siga la fiesta.